“Sí: yo soy un tradicionalista, pero no
estático sino dinámico. Ahora están de moda el ‘cerebralismo’ y los semiversos
con cara de hambre. Yo soy lo contrario: la sensualidad, el ritmo y la
riqueza”, escribía el poeta Carlos Pellicer a su hermano menor Juan, desde Roma
en 1928.
El
tabasqueño, además de poeta fue un gran museógrafo. Hizo los primeros estudios
en San Juan Bautista, donde su padre se graduó en farmacia. Los continuó en la
ciudad de México, a donde emigró con la familia en 1908, por la compra de una
botica. Su paso por la Escuela Nacional Preparatoria (1915-1917) lo transformó.
De la preparatoria salió a Colombia y Venezuela (1918-1920), como líder de la
Federación de Estudiantes Mexicanos, para apoyar la formación de organismos
similares, que luego se integrarán en una confederación. Fue un viaje decisivo
para su vocación, empezando por las seis semanas que pasa en Nueva York, antes
de embarcarse. El futuro museógrafo descubre el Metropolitan y otros museos,
cuyos tesoros visita diariamente. El joven poeta es bien recibido por tres
glorias del modernismo: Amado Nervo (que esperaba otro barco, a Montevideo, donde
moriría el año siguiente), Salvador Díaz Mirón (desterrado en La Habana, donde
hace escala el barco del joven poeta) y, sobre todo, José Juan Tablada, que lo
toma bajo su protección en Nueva York, y luego en Bogotá y Caracas, donde
coinciden, uno como segundo secretario y otro como agregado estudiantil de la
embajada mexicana.
De vuelta a México es reclutado por
José Vasconcelos (rector de la Universidad Nacional y poco después secretario
de Educación [1921-1924]), que ya tenía en su equipo a varios de sus compañeros
y obtuvo del presidente Obregón un presupuesto nunca visto para la educación,
las bibliotecas y las publicaciones. Acompaña a Vasconcelos por América del sur
(1921), donde confirma su fe bolivariana, amplía sus amistades literarias y
comparte con los pilotos mexicanos que hacen acrobacias de homenaje. Escribe
los “Poemas aéreos”, que incorporan a la poesía la experiencia del vuelo, como
lo hará después Antoine de Saint-Exupéry en sus novelas. De 1941 a 1946 trabajó
en la Dirección General de Educación Extraescolar y Estética de la Secretaría
de Educación Pública, primero como jefe de literatura y desde 1942 como
subdirector general. En 1951 volvió a su estado natal, llamado por el
gobernador Francisco J. Santamaría, para reorganizar el Museo de Tabasco.
Siguió yendo hasta su muerte, porque Santamaría lo nombró director de museos
del estado y todos los gobernadores siguientes lo ratificaron. Su obra es, ante
todo, homenaje: fresco, desgarrado, reconciliado, homenaje a la alegría. La frescura,
el desgarramiento, la reconciliación, pueden señalar tres etapas en su poesía.
1. Los libros escritos antes de los 30 años: Colores en el mar (1921), Piedra
de sacrificios (1924), 6, 7 poemas(1924), Hora y 20 (1927) y Camino (1929). 2.
La segunda etapa, que ya se enuncia en Camino, está en los libros publicados a
los 40 años: Hora de junio (1937), Exágonos (1941) y Recinto (1941). 3. El
último Pellicer empieza a publicar a los 50 años: Subordinaciones(1949),
Práctica de vuelo (1956) y Material poético (1962). Su Poesía completa fue
compilada por Luis Mario Schneider y Carlos Pellicer López en tres volúmenes
publicados por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (con la UNAM y
Ediciones El Equilibrista) en 1996.
En 1964 recibió el Premio Nacional de
Literatura. Fue electo presidente de la Asociación de Escritores de México
(1966), de la Comunidad Latinoamericana de Escritores (1967), de la Sociedad
Bolivariana en México (1968) y del Comité Mexicano de Solidaridad con el Pueblo
de Nicaragua (1974). Fue senador por Tabasco desde 1975 hasta su muerte. Sus
restos fueron trasladados en 1977 a la Rotonda de los Hombres Ilustres.
(Gabriel Zaid, Semblanzas de académicos).
La Ciudad
de los Palacios lo vio nacer aquella mañana fresca, alrededor de las
once horas del veintisiete de marzo de mil novecientos tres. La alegría de sus
padres – Ramón Villaurrutia y Julia González- fue inevitable. El tercer hijo
varón llevaría por nombre Xavier Villaurrutia González.
A pesar de que la
Revolución Mexicana afectó la economía de los Villaurrutia, éstos pertenecían a
la clase media alta de la época porfiriana. Con frecuencia iban de vacaciones a
Cuautla, Morelos, para visitar a Jesús E. Valenzuela, principal promotor de
la Revista Moderna de México.
Xavier
Villaurrutia fue un niño de estatura baja pero su inteligencia lo hacía crecer
como la luz a la llama; su tamaño interior trascendía al de su armazón de
huesos. Su voz fue siempre grave, dominante. Sus ojos grandes y oscuros lucían
a través de una mirada sensual de cristalino ópalo, unas cejas arqueadas que
definían su perfil blando; desde entonces conservó ese excelente porte. Su
cabello era espeso, ligeramente ondulado como sus sueños, y negro como las
noches que acompañaron sus nocturnos. ¿Sus labios? de color rosa tierno.
Su
primer acercamiento al arte estuvo relacionado con el teatro. En su casa,
ubicada entonces en la calle Sinaloa de la colonia Roma, armaba su propio
teatro con títeres e invitaba a sus vecinos y amigos a actuar. Fue así como
conservó las voces de los actores más significativos, las formas del escenario,
el telón, su textura y sus colores. Su familia acostumbraba asistir a la
función de los jueves por la tarde; era su madre la encargaba de elegir y por
tanto rechazar, quiénes irían, pero Xavier ingeniosamente buscaba siempre el
modo de ser de los afortunados asistentes.
A muy temprana
edad comenzó a leer a Fantomas, Salgari, Sherlock Holmes, así como a Dumas y a
Julio Verne. Fue durante una convalecencia cuando conoció Crimen y
castigo.
En
el ámbito académico Villaurrutia perfiló como buen estudiante del Colegio
Francés, a la par de María Teresa, su hermana.
El
instantero del tiempo continúo su tic-tac y Xavier adolescente
entró al Colegio de San Ildefonso; allí recibió sus primeras clases de filosofía,
que más tarde lo acercarían a Heidegger para convertirlo en su filósofo
preferido.
Más
que por decisión propia, a voluntad de su padre, Xavier Villaurrutia ingresó a
la Escuela Nacional de Jurisprudencia, no obstante, pronto abandonó los estudios
al sentir tedio por los procesos que dictaban las leyes.
Xavier,
el joven, empieza incursionar en su mundo: el de las letras, y en 1919
publica sus primeros poemas en diversas revistas. Para entonces el modernismo
prolongaba sus últimos suspiros en nuestro país, el lenguaje padecía desgastes,
además perfilaban algunos libros que hacían ya evidente la transición entre el
modernismo y la vanguardia.
Villaurrutia
se vuelve atento, discreto y muy observador. ¿Su figura? la de un joven fino de
frente amplia, boca grande, un rostro en el que casi siempre aparecía una
sonrisa franca. Junto con sus amigos del colegio formó un grupo literario
denominado Los Contemporáneos, del que trataré más
adelante.
En
el año de 1922 funda en compañía de Rodolfo Usigli y de Salvador Novo el
teatro Ulises, que recibiría muchas críticas, mismas que
contribuyeron a su mejora dos años después.
Reflejos aparece en 1926. Fue su
primer libro, ya eran los años de vanguardia. Como todos los miembros de su
generación, Villaurrutia trasladaba a sus poemas y al teatro los pormenores de
sus reflexiones existenciales. Su vida, como la de cualquier ser humano, estuvo
llena de contrastes. En 1927 falleció su padre y él quedó al cuidado de su
madre y de su hermana Teresa. Trabajó esporádicamente para la Secretaría de
Educación Pública organizando eventos culturales, sobre todo en la promoción
teatral. En 1928 publicó su novela Dos corazones.
Becados
por la fundación Rockefeller, en 1935 Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli
parten a la Universidad de Yale New Haven, Connecticut, Estados Unidos, para
estudiar arte dramático durante un año.
Entre
las obras teatrales de Villaurrutia destacan Parece mentira (1933), ¿En
qué piensas?, Sea usted breve (1934), también Ha
llegado el momento y El ausente (1937), El
solterón (1946) y otras en las que empleó los tres actos: La
hiedra (1941), La mujer legítima (1942-1943), El
yerro candente (1945) y la que sin duda continúa siendo considerada su
obra maestra: Invitación a la muerte (1945), estrenada cinco
años más tarde. Escribió dos comedias, a saber: El pobre barba azul (1946)
y Juego peligroso (1949), así como el monólogo La
tragedia de las equivocaciones (1950). Su teatro apunta a la crítica
de las familias autoritarias de esa época, la relación existente entre padres e
hijos, así como los celos, la moral convencional de la clase media, pero
también la represión y las pasiones contenidas. Además de lo anterior,
participó en las dos versiones para cine y ópera en un sólo acto y tres cuadros
de La mulata de córdoba. Fue el primer traductor del
monólogo inmortal de Jean Cocteau, La voz humana, que dirigió
teniendo como actriz a Clementina Otero.
Escribir
guiones para películas representó para nuestro autor más que un trabajo, un
desafío que pretendía que la tensión entre literatura y cine tuviera lugar.
Este hecho no significaba romper su vocación de poeta sino continuarla ante la
posibilidad de generar imágenes significativas y atrayentes. Su incursión en el
séptimo arte llegó con la escritura de cintas como Vámonos con Pancho
Villa (1934) de Fernando de Fuentes, y el Espectro de la novia (1943)
de René Cardona. Colaboró en tres obras fílmicas de Julio Bracho: Distinto
amanecer (1943), en la que el director es coguionista de Xavier
Villaurrutia; La mujer de todos (1946) y San Felipe de
Jesús (1949) en la que además de Bracho participó Salvador Elizondo.
Xavier
Villaurrutia estuvo siempre rodeado de amigos, era un buen conversador, no le
faltaban ni sobraban temas. Ofrecía siempre amabilidad en el trato, pero pocas,
muy pocas veces su amistad. Entablar conversación con él era sinónimo de
deleite, significaba enriquecerse ya que poseía una inteligencia envidiable,
tan extraordinaria que acababa por seducir a cualquiera; característica de gran
escritor y elocuente ensayista. Al respecto, Octavio Paz afirma:
Villaurrutia no pretendía ser humilde ni inclinaba
la cabeza… [Era] un pájaro que reconoce sus terrenos y define sus límites. Como
Novo, era elegante pero, a diferencia de su amigo, buscaba la discreción.
Vestía trajes grises y azules de tonos obscuros… Usaba unas camisas blancas,
inmaculadas y que –demasiado amplias- acentuaban la delgadez de su cuello…
Desde la primera vez que hablé con él me di cuenta de que sabía oír. Además
sabía responder, dos virtudes raras sobre todo entre escritores. También desde
el principio me sorprendió su hermosa voz, grave y fluyendo como un río
obscuro. (Paz, 2003: 10-11)
Con
el paso del tiempo el escritor se convirtió en un hombre serio, sobrio y
elegante. Traje oscuro bien planchado, cabello en apariencia húmedo, cubierto
por un sombrero de lado. Sus Nocturnos (1933) caracterizan su
sensibilidad; a través de ellos la noche se vuelve irrealidad, la conciencia
del hombre se fuga, ya sólo queda el sueño y junto a él consigue más y más de
la realidad para cuestionarse con angustia. Sus temas predilectos: la muerte,
el amor, el deseo están en sus poemas; por supuesto hallamos también el
sufrimiento y el dolor. El arte de este poeta consiste en tocar, en mover las
fibras del ser humano, las fibras más íntimas del receptor. Por otro lado, los
poemas publicados en Nostalgia de la muerte (1938, 1ª.
Edición; 1946 2ª. Edición, corregida y aumentada), se tornan más subjetivos ya
que se acentúa la búsqueda de sí mismo.
En
1941 escribe Décima muerte y otros poemas, y hacia 1943
emprende la aventura de El Hijo Pródigo, revista literaria en
la que trabajó tres años junto con Octavio Paz, Antonio Sánchez Barbudo y
Octavio G. Barreda, promotores de las desaparecidas Taller y Tierra
Nueva. “El afán de apertura, de heterogeneidad y de universalidad se
evidencia en el contenido de cada número. La poesía publicada en el Hijo
Pródigo muestra las principales corrientes y autores mexicanos desde
el modernismo hasta el primer lustro de los años cuarenta”. (Pereira, 2000:
220)
En
1948 Xavier Villaurrutia recibió un premio por la publicación de Cantos
a la primavera y otros poemas. Entre críticas de arte y desolación
Villaurrutia vio pasar varios años de su vida. Una tristeza interior se apoderó
de él; pese a estar rodeado de mucha gente que lo estimaba, sintió que su andar
se traducía en rutina. Al ver transcurrir el tiempo, cambiar de amante,
encontrarse solo y angustiado, atado al tedio de la vida, escribió el 19 de
diciembre de 1950 una carta a su amigo Delfino Ramírez compartiéndole su
angustia:
Otra cosa Delfino, que me hace aún más desdichado,
menos feliz. No escribo nada que me guste. Tengo 47 años y he escrito tres
obras este año; estrenado una y publicado un libro. ¿Qué más puedo pedirle a la
vida?… ¡Lápidas de mentira anteceden mi muerte! ¡Ya nadie me necesita! (Palou,
2003:).
Con una pérdida
irreparable para las letras mexicanas, la muerte lo sorprendió súbitamente el
25 de diciembre de 1950. Mucho se especuló la posibilidad de un suicidio. Elías
Nandino, en virtud de que era no sólo su amigo sino el médico de cabecera de
los Contemporáneos, fue quien levantó el acta de defunción. En constantes
entrevistas se le cuestionó dicha tesis, sin embargo jamás admitió tal hecho,
sostuvo que el deceso de Xavier Villaurrutia se debió a su afectación cardiaca.
La interrogante permaneces en el tintero.
A manera de
homenaje y para reconocer el aporte que heredó nuestro poeta a la literatura
mexicana, en 1953 Alí Chumacera compiló su obra y fue editada bajo el título
de Poesía y teatro completos de Xavier Villaurrutia. Por
iniciativa del crítico literario Francisco Zendejas, desde 1955 se fundó el
premio Xavier Villaurrutia. En su comienzo tuvo el propósito
de estimular, apoyar y difundir las letras mexicanas así como la producción
literaria de escritores latinos e iberoamericanos, con la sola condición de que
la obra premiada fuese editada en México. Zendejas había pensado dar al
reconocimiento el nombre de Alfonso Reyes, pero éste sugirió que fuese honrada
la trayectoria de algún escritor mexicano contemporáneo cuya obra reuniera
excelencia y universalidad. Fue Juan Rulfo el primero en recibir dicha presea
en 1955. Entre los escritores que lo han obtenido destacan: Rosario Castellanos
(1960), Elena Garro (1963), Juan José Arreola, Fernando del Paso (1966),
Eduardo Lizalde (1970), Jaime Sabines (1972), José Emilio Pacheco (1973), José
Luis Rivas (1990), y el más reciente, Adolfo Castañón (2008).
En nuestros días
este premio es entregado durante el mes de febrero en el Museo Rufino Tamayo de
la Ciudad de México por la Sociedad Alfonsina Internacional y el Consejo
Nacional para la Cultura y las Artes, a través del Instituto de Bellas Artes.
Nocturno en que nada se oye
EN MEDIO de un silencio desierto
como la calle antes del crimen
sin respirar siquiera para que
nada turbe mi muerte
en esta soledad sin paredes
al tiempo que huyeron los ángulos
en la tumba del lecho dejo mi
estatua sin sangre
para salir en un momento tan
lento
en un interminable descenso
son brazos que tender
sin dedos para alcanzar la escala
que cae de un piano invisible
sin más que una mirada y una voz
que no recuerdan haber salido de
ojos y labios
¿qué son labios? ¿qué son miradas
que son labios?
Y mi voz ya no es mía
dentro del agua que no moja
dentro del aire de vidrio
dentro del fuego lívido que corta
como el grito
y en el juego angustioso de un
espejo frente a otro
cae mi voz
y mi voz que madura
y mi voz quemadura
y mi bosque madura
y mi voz quema dura
como el hielo de vidrio
como el grito de hielo
aquí en el caracol de la oreja
el latido de un mar en el que no
sé nada
en el que no se nada
porque he dejado pies y brazos en
la orilla
siento caer fuera de mí la red de
mis nervios
mas huye todo como el pez que se
da cuenta
hasta ciento en el pulso de mis
sienes
muda telegrafía a la que nadie
responde
porque el sueño y la muerte nada
tienen ya que decirse.
Se puede decir que
Salvador Novo, sin ser un escritor popular, sí es un secreto a grandes voces, y
que, además, el personaje se ha implantado como una figura de época y
celebración de lo marginal. Así describió Carlos Monsiváis el trabajo del
ensayista, dramaturgo, traductor y poeta: Salvador Novo, quien en 1967 recibió
el Premio Nacional de Literatura, galardón con el que coronó su importante obra
de creación literaria y su contribución teórica a los diferentes aspectos de
las letras mexicanas.
La ciudad de
México fue el lugar de nacimiento del poeta que “nacionalizó” el humor de
vanguardia: sus poemas manifiestan la burla del sentimiento modernista y la
apertura hacia el paisaje de la primera posguerra: urbano, industrial,
publicitario. En las letras inglesas descubrió su auténtica voz, considerado,
incluso: el “Oscar Wilde mexicano”, pues sus breves e irónicas composiciones,
fijan con distancia crítica, imágenes de la infancia perdida.
“Formó parte del
movimiento de ´los contemporáneos´, el que representa, en grados muy diversos
según la personalidad de sus exponentes, la influencia que habiendo partido de
Francia casi simultáneamente, estarían destinadas a no encontrarse más que en
un punto situado en el infinito: la poesía pura y el surrealismo.
Con el surrealismo
culminan las posibilidades de la ´imagen poética´, es decir, las posibilidades
que la poesía tiene de estimular la producción de cosas visibles con los ojos
cerrados; en la poesía pura culmina la posibilidad de producir cosas
´pensables´por medio de la poesía. La poesía pura es el punto más alto, final
de la poesía de la inteligencia, como el surrealismo lo es de la sensación.
El trabajo de
Salvador Novo (1904-1974) dentro de este grupo representa la expresión más
variada y la obra más rica; ésta abarca desde poemas escritos a los once años,
en los que ya es visible uno de los elementos más representativos de su poesía:
la ironía, que será, a su vez, una de las constantes más interesantes de la
poesía mexicana más reciente que fructifica en el género del epigrama.
Novo introdujo el
humor y la sátira en el curso de nuestra poesía, como consecuencia de su
conocimiento de la poesía inglesa. Dentro de la concepción de sus letras, Novo
es esencialmente un poeta desencantado en quien la ironía y la desilusión están
dirigidos hacia la banalidad de la sociedad contemporánea cuya vida ha sido el
tema de su obra durante los últimos años.
Su ardiente
defensa de la identidad y los valores mexicanos trascendió la actividad
artística y docente para concretarse en un compromiso político que lo llevó a
participar en la fundación del Partido Popular Socialista, pero su cauce de
expresión fue siempre fundamentalmente literario y, en 1946, dio a la imprenta
una de sus grandes obras en prosa, Nueva grandeza mexicana, que le hizo
merecedor del título de “cronista de la Ciudad de México”.
La existencia del
poeta se extinguió en la ciudad de México el 14 de enero de 1974. Entre sus
obras se encuentran obras de teatro, ensayos, prosa y poemas que, además, se
vincularon a la vida política.
Salvador Novo
publicó 11 libros de poesía. Su obra trata temas como la llegada de un
provinciano a la capital, los inventos modernos de inicios del siglo XX, el
amor y la modernidad. La magistral poética de sus versos, las temáticas de sus
crónicas, el anacronismo de sus memorias y su polémica vida, hicieron de
Salvador Novo un referente de la literatura mexicana de la primera mitad del
siglo XX.
Salvador Novo por Monsiváis
Carlos Monsiváis
nunca ocultó su simpatía por Novo, de quien destacaba que “en un momento dado
abandona su papel de rebelde y se vuelve institución, pero mantiene un culto
por el lenguaje que es admirable”. Monsiváis dedicó uno de sus libros al
cronista: Salvador Novo. Lo marginal en el centro (Ediciones ERA,
2001, segunda edición corregida y aumentada 2004), donde pone los puntos
sobre las íes sobre la estrategia del autor de Return Ticket:
“A lo largo de su vida, Salvador Novo (1904-1974) irrita y fascina por la
provocación y deslumbra por el talento, alarma por la conducta y tranquiliza
por el ingenio, perturba por su son para el escándalo y divierte al añadir el
escándalo al show de la personalidad única. Y sólo después de su muerte se
advierte la calidad del conjunto.
“En el México que le toca vivir, Novo, ciertamente, no es ejemplar. Y como
ningún otro de los homosexuales, sus semejantes, está al tanto de la estrategia
de resistencia: de no acentuar rasgos de conducta (inevitable), al tiempo de un
trabajo incesante, se le ubicará como un ser meramente ridículo, un ‘fenómeno’
menospreciable… Lo que su comportamiento le niega, su destreza lo consigue, y
por eso Novo desprende de su orientación sexual prácticas estéticas,
estratagemas para decir la verdad, desafíos de gesto y escritura.
Novo, agrega Monsiváis, intenta desmedidamente la refinada y sagaz travesía: el
intelectual que se propone ser figura popular, el hombre marginal que obtiene
el acatamiento de la sociedad que, moralmente, lo desprecia… Lo marginal en
el centro. En la primera fila, el humillado, el zaherido, el testigo al
que su brillantez convierte en actor, al ser institucional al que con
frecuencia se le olvida su función solemne.
En 1958, entrevistado por Emmanuel Carballo (Protagonistas de la literatura
mexicana), Novo hace alarde de poner la vida por encima de la obra, al
compararse con Jaime Torres Bodet: “Jaime no ha tenido vida, ha tenido desde
pequeño biografía. Yo, por el contrario, he tenido vida. La biografía de un
hombre como yo heriría las “buenas costumbres”.
En su libro Nueva grandeza mexicana, a decir de Monsiváis, “nadie llega más
lejos que Novo en la presentación de la ciudad legendaria”, porque “despliega
una de las escasas visiones unitarias de la ciudad, la penúltima antes de La
región más transparente”.
Así describe el cronista su urbe: “Desde las Lomas, la ciudad se veía flotar en
un halo tenue que recortaba sus perfiles: volcada sobre el Valle, tendida entre
los siglos, viva y eterna. Ya recogía, como una madre gigantesca y celosa, el
retorno fatigado de sus hijos. Bajo los techos de aquella ciudad; en el llanto
del recién nacido, en el beso del joven, en el sueño del hombre, en el vientre
de la mujer; en la ambición del mercader, en la gratitud del exiliado; en el
lujo y en la miseria; en la jactancia del banquero, en el músculo del
trabajador; en las piedras que labraron los aztecas, en las iglesias que
elevaron los conquistadores; en los palacios ingenuos de nuestro siglo XIX; en
las escuelas, los hospitales y los parques de la Revolución, dormía ahora, se
perpetuaba, se gestaba, sobrevivía, la grandeza de México”.
El escritor Álvaro Enrique, en Letras Libres, destaca que la
biografía del autor de Escenas de pudor y liviandad “a pesar de parecer un
libro monolítico por su nombre y estructura, comparte con el resto de la obra
de Monsiváis la incomodidad ante las piezas de aliento largo y firmeza
genérica: no es una biografía, aunque comience con la infancia de Novo y
termine describiendo su funeral; tampoco es una obra de crítica que revise sus
trabajos a la luz de una serie de postulados duros. Se trata de una suma de
textos organizados siguiendo un patrón biográfico, que van y vienen entre el
ensayo y la crónica, y que a ratos se afianzan en formas ancilares: el
panegírico, la historia de las mentalidades, la reseña. El resultado final es
una vasta meditación sobre las actitudes de Novo frente a los hechos y
personajes influyentes de la sociedad mexicana del siglo XX”.