Rodolfo Usigli (1905-1979)
Según Xavier Villaurrutia,
soy Narciso;
pero no mirándose al espejo:
mirándose desde el espejo.
Ensayista,
poeta, narrador y dramaturgo
Por Guillermo Schmidhuber de la Mora
Rodolfo Usigli
nació en la ciudad de México a las tres de la tarde, el 17 de noviembre de
1905, «en la humilde vecindad donde mi familia ocupaba una vivienda en la
primera calle de San Juan de Letrán; actual local del cine Teresa». Fue hijo de
Carlota Wainer, quien había nacido en una región que era parte del imperio
austrohúngaro y que hoy es parte de Polonia, y de Alberto Usigli, ciudadano
italiano nacido en Alejandría y quien tempranamente murió. Fue educado por su
madre, «viuda joven», con grandes privaciones, junto a sus tres hermanos
mayores, Ana, Aída y Alberto. En su primera infancia tuvo serios problemas de
visión por un estrabismo grave que le dejó honda huella, pues su vista nunca
fue normal. Pronto cambió sus juegos infantiles por el teatro de títeres, y
aprendió de memoria pasajes de algunas obras que veía en el teatro Hidalgo:
Marina, Sobrinos del capitán Grant, La torre de Nesle y la zarzuela Los molinos
de viento:
Toda mi infancia hasta los doce años... hice teatro
de títeres recorriendo... el repertorio íntegro de Vanegas Arroyo. A los siete
u ocho me aprendí fiel y puntualmente de memoria, con acotaciones y todo, los
siete actos de Don Juan Tenorio… A los diez y once años escasos (1916 ó 17)
debuté como figurante en el antiguo Teatro Colón, con el sueldo de cincuenta
centavos, diarios o por función, no sé ya, al lado de un grupo de chicos y
chicas que figurábamos los pupilos de un asilo monjil en la pieza de Gregorio
Martínez Sierra, El reino de Dios.
A
los quince años Usigli ya estaba trabajando como «meritorio en las oficinas de
un judío norteamericano que vendía medicinas». Estudió declamación y música en
la escuela Popular Nocturna, en donde actuó en sainetes de Vital Aza y en
alguna escena de los hermanos Álvarez Quintero, como El patio. En 1923, volvió
a subir al escenario, representando el segundo papel masculino de ¡Maldita
revolución!, de José Escandón Noriega, con quien intentó posteriormente
escribir una revista musical que se ha perdido. Trabajó desde 1924 como
cronista y entrevistador para la revista El sábado, más tarde llamada El
martes, «visitaba a diario teatros de revista y de comedia... y tenía
intercambio con tiples, vicetiples, directores y músicos, actores y actrices»,
pero el joven periodista soñaba con ser novelista.
El gusto por la
lectura fue actividad permanente del joven Usigli fueron numerosas, iniciándose
con las obras de Manuel Eduardo Gorostiza en un libro ganado en un concurso
escolar. Aprendió el inglés como autodidacta, lo que le permitió leer a
Shakespeare y a los que fueron sus autores predilectos, George Bernard Shaw y
T. S. Eliot. Entre 1925 y 1931 confiesa haber leído «un promedio de cuatro
piezas diarias originales o traducidas al francés y, menos frecuentemente, Shakespeare
y los clásicos griegos». A pesar del incipiente aprecio de Usigli por el
teatro, aún no soñaba con ser dramaturgo. La primera vez que se percató de la
posibilidad de ser autor dramático fue a consecuencia de un encuentro con su
amigo Luis Gabarrón, según lo menciona en el «Prólogo» a Tres comedias y una
pieza a tientas: «Un encuentro casual con un amigo de infancia un mediodía del
verano de 1925, vino a poner las cosas en su lugar. "¿No recuerdas cuánto
te interesaba el teatro, ni tus juegos con los títeres, ni cómo recitabas hasta
el aburrimiento?"… De esta conversación memorable... salí, si no orientado,
transfigurado. La idea del teatro se instaló en mí con mayor fuerza que nunca,
y, aprovechando mi asistencia a la Alianza Francesa, puedo decir que aprendí francés
leyendo obras teatrales».
Los
diversos estímulos intelectuales fueron su única guía en el primer intento de
escribir para el teatro, mismo que fue hecho perdidizo por el incipiente autor
porque no llenó sus expectativas. Después escribió la primera de sus obras que
se conserva -El apóstol-, como lo informa en el prólogo de esta obra:
Fuera
de un primer intento en un acto, frustrado y perdido desde 1923 -quizá 21- no
había vuelto a escribir nada para el teatro. Todo este caos en movimiento, todo
este aire teatral absorbido sin discernimiento pero a plenos pulmones,
desembocaron en El apóstol, aunque desde 1926, antes de los veintiún años,
había yo confiado a una joven actriz en ciernes mi rampante deseo de escribir
teatro y de escribirlo para ella. Así salió El apóstol naturalmente, en esa
soledad en la que me sentía yo rodeado por todas las aguas, y por varios
idiomas del teatro.
Hizo
estudios en el Conservatorio Nacional de México. En 1933 debutó como director
en El candelero, de Alfred de Musset, puesta en la que también actuó; y en 1936
y principios de 1937 es becado en la Escuela de Arte Dramático de la
Universidad de Yale, en los Estados Unidos, con la beca Guggenheim, junto con
Xavier Villaurrutia. Paso a paso fue descubriendo su vocación de escritor,
labor a la que dedicaría toda su vida y de la que hablaremos en los capítulos
sucesivos. En forma paralela trabajó primero dramaturgia y poesía, y años más
tarde, ensayo y narrativa.
En
las dos décadas siguientes Usigli ocupó varios cargos: Profesor de historia del
teatro mexicano y Director en la Escuela de Verano de la UNAM, de 1933 a 1947;
Director del Teatro Radiofónico de la Secretaría de Educación Pública; así como
profesor de la Academia Cinematográfica en 1942; Director de Prensa de la
Presidencia de la República en 1936; Director del Teatro Radiofónico de la
Secretaría de Educación Pública (1938) y del Departamento de Teatro de la
Dirección de Bellas Artes (1938-39), y Director del Teatro Popular Mexicano
(1972-75). En el campo del cine, Usigli fue delegado de México en los
festivales cinematográficos de Bélgica, Checoslovaquia, Venecia (1950) y Cannes
(1949 y 1950).
Como
promotor teatral colaboró con numerosas temporadas, entre las que hay que
recordar a la Segunda Temporada del Teatro Orientación (1938-39), Teatro de
Media Noche (1940), con obras de Schnitzler, Shaw, George Kelly, Villaurrutia,
la primera obra de Basurto (Los diálogos de Suzette) y su propia Vacaciones. En
esos años Usigli traduce a Molière, Schnitzler, Chekhov, O´Neill, Maxwell
Anderson, Galsworthy y varias piezas de Bernand Shaw, este último autor influyó
en la conceptualización teatral de Usigli.
En
un sendero paralelo al del escritor, Usigli prosiguió una exitosa carrera como
diplomático. Conviene recordar los puestos que tuvo: Fungió como segundo
secretario de legación en Francia (1944-1947), y aprovechando su estancia
europea en marzo de 1945 se entrevista con Bernard Shaw. Fue posteriormente
Enviado extraordinario y Ministro plenipotenciario de México en Líbano
(1956-1959); Embajador de México en Líbano (1959-1962); y paralelamente
Ministro y Embajador en Etiopía (con sede en Beirut) y Embajador de México en
Noruega (1962-1971). También hay que mencionar su labor diplomática en la
fundación del Instituto de Relaciones Culturales Franco-Mexicanas.
En
1970 Usigli recibió el Premio América, y dos años después el Premio Nacional de
Letras de México, máxima presea otorgada por el gobierno de México a un
escritor. Fue miembro del Seminario de Cultura Mexicana. Publicó bajo su
cuidado el primer volumen de su Teatro completo en 1963, el segundo en 1966 y
el tercero en 1979. No alcanzó a ver este último libro impreso; el colofón fija
la fecha de impresión el 29 de septiembre de 1979, y el autor había muerto el
18 de julio. Sin embargo, había corregido las pruebas y había visto la
reimpresión del primer tomo cuyo colofón atestigua la impresión el 30 de abril
del año de su muerte. En 1996 vio la luz el cuarto tomo de su Teatro completo
-17 años más tarde-, y en el año celebratorio del centenario de su nacimiento
fue publicado el quinto tomo. Aún está en espera la edición de su Obra
completa.
A
Rodolfo Usigli le preocupó la muerte desde que tenía cinco años. En vida
escribió varios epitafios, verdaderos poemas pétreos que nos hacen vislumbrar
el drama interno. En el año de su muerte escribió el siguiente epitafio:
Rodolfo
Usigli
Nació a
pesar suyo y del mundo entero.
Vivió
dio todo lo que pudo en la vida.
Murió
sin haber hecho lo que quería.
Muchas gentes lo odiaron sin conocerlo.
Una cuantas… muy pocas…
lo amaron
conociéndolo.
Quiso volver a la tierra y
espera
de pie el fallo del futuro.
El mismo autor pidió que el
siguiente epitafio fuera el definitivo:
Aquí
yace y espera
R. U.
Ciudadano
del Teatro.
Sin embargo, una
vez más el mundo se interpuso con sus leyes: su cuerpo reposa sin poesía en un
panteón horizontal, en donde están prohibidos los epitafios. Murió el 18 de
julio de 1979.
Ve en línea la semblanza del dramaturgo y la crítica a la obra El gesticulador
Enlaces externos
Emilio Carballido (1925-2008)
La aportación de
Emilio Carballido (Veracruz, 22 de mayo de 1925) al teatro mexicano es
invaluable. Lo mismo ha elaborado piezas teatrales que sirven como ejercicios
didácticos para estudiantes, que ha desarrollado fantásticos relatos infantiles
y piezas maestras que lo colocan en uno de los escalafones más altos del realismo
y el costumbrismo mexicano.
Considerado
uno de los pilares del teatro moderno, ha ido en contra de la idea de que el
teatro debe ser didáctico. Por el contrario, afirma, “lo único didáctico
posible es dar buenas obras, hermosamente preparadas, no hay otra. Para cambiar
las estructuras sociales, es mejor un mitin que una obra de teatro. No podemos
escribir predispuestos a denunciar algo. Si somos personas comprometidas y
tenemos preocupaciones éticas, la obra va a reflejar automáticamente lo que
somos y en quién creemos, pero también nos revelará rincones desconocidos de
nuestro pensamiento.”
Como
docente, ha sido generoso con sus alumnos -de entre los que destacan Sabina
Berman, Juan Tovar y Oscar Villegas- y ha publicado numerosas antologías donde
reúne lo mismo obras infantiles que piezas inéditas de jóvenes dramaturgos.
Como
dramaturgo, ha apostado no sólo a montar sus obras en los grandes recintos con
directores reconocidos, sino que también ha trabajado con jóvenes directores y
compañías de teatro independiente, al igual que con compañías de pueblos
indígenas.
Emilio
Carballido se dio a conocer en las letras mexicanas a los 25 años de edad,
cuando Salvador Novo decidió abrir la temporada de teatro de 1950 en el Palacio
de Bellas Artes con Rosalba y los llaveros, obra de la que Carballido aún no
tenía terminado el acto final cuando fue informado de que sería estrenada en el
teatro más importante del país.
Su
obra se estrenó con gran éxito, lo cual afirmaría Carballido, “me dejó estúpido
y muy engreído”. Dedicó los siguientes tres años de su vida a presentarse en
fiestas y reuniones de escritores. Después, en 1954, comenzó a trabajar en la
Universidad Veracruzana, donde asegura “me alejé de tanta tontería”, y se
dedicó a escribir de forma implacable, lo mismo piezas teatrales, que hoy suman
más de 100, que relatos, guiones cinematográficos y televisivos, ensayos
didácticos y de crítica teatral.
Nacido
en Veracruz, llegó a vivir a la ciudad de México durante su primer año de vida
y su infancia fue la que lo empujó al camino de las letras: “Me trajeron de
brazos a la capital y mi infancia transcurrió en los barrios de La Lagunilla y
en Santo Domingo. Querer escribir surgió en mí naturalmente, porque era un
muchacho muy imaginativo, precoz e insoportable, que leía mucho y lo más
natural para mí era escribir, ya que en mi casa, todos escribían: mi abuela, mi
mamá, mis hermanos y mis tíos hacían versitos y cosas de ese estilo."
De
esa abuela materna, que de niña había memorizado versículos completos de la
Biblia y de la poesía griega, recibió los relatos orales que desataron su
imaginación y que serían fuente de inspiración de muchas de sus obras.
Además,
absorbió el estilo fantástico de las narraciones de Julio Verne, y siguió las
aventuras de Sandokan, el Capitán Tormenta y los Piratas de Málaga de la mano
de Emilio Salgari. Hizo un intento por escribir lo que se desarrollaba en su
mente al momento de leer, y descubrió que “era una lata relatar y que era más
fácil escribir diálogos y hacer acotaciones. Entonces lo que primero escribí de
teatro, es todavía de chamaco, unos cuentitos a los que les hacia dibujitos; es
decir, eran como una especie de cómics que yo dibujaba y dialogaba”.
Se
inscribió en la facultad de Derecho y descubrió en esa misma época el teatro de
Xavier Villaurrutia. Durante sus clases de derecho romano, escribió una obra de
teatro; y en el transcurso de un examen, concibió La triple Porfia (que
posteriormente mostró a Salvador Novo). Luego de presentar en Bellas Artes
Rosalba y los llaveros, ya radicado de nuevo en Veracruz, escribió La danza que
sueña la tortuga y Felicidad, obras que los críticos han colocado dentro de la
corriente del realismo; y el magnífico libro de relatos veracruzanos La caja
vacía. Comenzaba así, la carrera de uno de los dramaturgos más brillantes del
país.
Asistió
a la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM donde fue alumno de Rodolfo
Usigli, Xavier Villaurrutia y Celestino Gorostiza; y obtuvo la Maestría en
Letras especializado en Arte Dramático y Letras Inglesas. De entre sus
compañeros, conoció a los que serían sus amigos inseparables y primeros
críticos de sus piezas: Rosario Castellanos, Luisa Josefina Hernández y Sergio
Magaña.
Gran
admirador del teatro clásico, tanto universal como hispánico, Carballido
defiende la vigencia e importancia de las obras de Sor Juana Inés de la Cruz,
Celestino Gorostiza, Calderón de la Barca y Fernández de Lizardi.
Algunas
de sus piezas son material indispensable en las escuelas de teatro, como las obras
en un acto que conforman la colección D.F. 26 obras en un acto, una serie de
montajes, a manera de skecthes, que con humor, sencillez y una brevedad
virtuosa, obligan a pensar en el comportamiento autodestructivo de la sociedad
mexicana dentro de la cotidianeidad urbana.
Desde
principios de la década de los 80, Emilio Carballido ha sido el centro de mesas
de debate, homenajes y congresos en que se analiza el teatro en México y el
mundo. Obras como Orinoco y Te juro Juana que tengo ganas han sido representadas
en Francia, Alemania, Suiza, Bélgica, Estados Unidos, Israel, España, Colombia,
Venezuela y Cuba. Carballido se considera a sí mismo heredero de una
“generación de funcionarios cuerdos y generosos en México. Se puede decir que
yo soy hijo de Bellas Artes, porque el INBA me lanzó en la época en que su
director era Celestino Gorostiza”.
“Escribir”
afirma Carballido, “es una comunicación profunda que uno mismo se hace o que
proviene del exterior, no lo sabemos; es algo que muchos nombran inspiración,
en fin, tiene muchos nombres... Pero nos damos cuenta que hay algo totalmente
gratuito que no depende de la voluntad. Uno no escribe la obra que uno quiere,
uno escribe la obra que se deja..."
Carballido
es una influencia decisiva en la dramaturgia mexicana contemporánea. Ha
incursionado en todos los géneros dramáticos, siempre imponiendo su estilo
propio, que recrea formas de actuar e inquietudes que constituyen las
preocupaciones humanas, y ante todo, las preocupaciones mexicanas, descritas
con diálogos ágiles, sentido del humor, ternura y facilidad expresiva, con una
visión siempre crítica de la realidad que rebasa los niveles locales y llega a
altos niveles cualitativos.
En
palabras de una de sus alumnas más destacadas, Sabina Berman, “si Carballido
tuviera un escudo de armas, sería un chupamirto; esa ave incansable que va de
flor roja en flor roja, de delicia en delicia, y sólo se detiene para clavarse
en otra delicia y en sus viajes de hedonismo va esparciendo el polen que
fecundan entre sí las delicias. Su método de vida es el placer, que
generosamente siembra a su paso en público, alumnos y amigos”.
Como
parte del esfuerzo que Carballido ha hecho por difundir el teatro y poner en un
lugar privilegiado a las artes escénicas, fundó la revista Tramoya de la
Universidad Veracruzana, una de las publicaciones teatrales más importantes de
América Latina.
Como
un tributo al teatro griego clásico, escribió Medea, obra con que abrieron las
jornadas culturales de los Juegos Olímpicos de 1968, que cuenta cómo Perseo se
enamora de Medusa cuando su deber es asesinarla.
Sus
primeras obras han sido calificadas de realistas, como son Felicidad (donde
narra la infeliz vida de un padre maestro de escuela y su relación con su
esposa y su hija), El Relojero de Córdoba (tragicomedia de un relojero que será
decapitado por un crimen que no cometió) y Rosa de dos aromas (que cuenta la
desventura de dos mujeres que tratan de conseguir un millón de pesos para sacar
de la cárcel al amante de ambas).
Orinoco
– sobre dos mujeres que viajan a la deriva a través del río de ese nombre rumbo
a una plataforma petrolera; El tren que corría –sobre un hombre que pierde un
tren hacia la ciudad de Monterrey- y Yo también hablo de la Rosa son ejemplo
del estilo picaresco que Carballido utiliza en sus piezas teatrales.
En
su afán por entregar teatro de calidad, que vaya más allá de lo didáctico e
invite a la reflexión, ha realizado piezas sobre personajes históricos, como
Tiempo de ladrones, basada en la vida de Chucho el Roto, Cantata a Hidalgo y El
álbum de María Ignacia, sobre la vida la Emperatriz mexicana Carlota de
Habsburgo.
Una
de las obras favoritas del dramaturgo es Fotografía en la playa, que cuenta la
reunión de tres familias que viajan a la costa junto con sus criadas, en un
viaje en el que descubrirán sus rencores ocultos.
Emilio
Carballido es un buscador empedernido de historias, que escribe sobre la
pobreza y la marginación, pero no lo hace con pesimismo o como un intento de
aleccionar. Sus obras invitan a la risa seguida de la reflexión profunda y
permiten que el espectador se descubra a sí mismo a través de la sorpresa: “El
dramaturgo debe descubrir los mecanismos sociales y las causas profundas, tanto
sicológicas, como los diversos determinantes que tiene el ser humano, y
encontrar su sentido y relación con los valores generales.”
Dar presencia a lo
popular en un montaje, afirma, no debe ser un sinónimo de teatro pobre: “Esa
idea de poner cosas fáciles y mal puestas como cultura popular es peyorativo y
acaba siendo una forma de desprecio al pueblo; pero sobre todo refleja la
ignorancia de quienes creen que están haciendo una labor didáctica”.
Sobre
la labor social que realiza el teatro, el dramaturgo, afirma Carballido, “debe
dar verdad con belleza, sólo que, en ciertos momentos, hay verdades que es más
urgente decir…debe también ser un ciudadano honrado, porque, si es un vividor
comprometido con el régimen, no podrá escribir nada. El teatro es la voz del
pueblo cuando se hace con sinceridad. Debe ser honesto. No hablar tan deprisa
como los políticos. Reflexionar pues, para decir la verdad”.
En
esa idea de que el teatro surga como una expresión del pueblo, ha trabajado con
compañías de teatro indígenas como el hoy desaparecido Laboratorio de Teatro
Campesino e Indígena de Tabasco. (LTCIC).
Para
Carballido, el teatro como una creación cultural, debe ser un vehículo que
acerque a los hombres a su identidad, que fomente el sentido de pertenencia:
“La cultura posee funciones mediatas; sirve para darle raíz a los pueblos,
hacerlos impermeables a la penetración extranjera, darles orgullo de sí mismos,
hacerlos portarse de manera más conveniente para conocer la realidad; asimismo,
penetrar el universo que nos rodea, dar sentido de la existencia, mejorar la
sociedad y volver más inteligentes a quienes se destina”.
Carballido
plasma en cada una de sus piezas las emociones, las calles y los lugares
públicos que frecuentamos a diario; sus personajes son gente de la clase media,
amas de casa, cabareteras, maestros de escuela, que utiliza como vehículo para
sembrar en el espectador inquietudes respecto a sus raíces culturales y obligarlo
a defender su identidad.
En
los foros en que se ha reconocido su trabajo, ha denunciado la falta de
escrúpulos de los productores de teatro “que anuncian con bombo y platillo las
comedias musicales extranjeras”, que sirven como una forma inconsciente de
colonización:
Nunca he temido tanto la falta de identidad como
ahora que tenemos al enemigo en casa. La televisión comercial es sobre todo un
instrumento de coloniaje, es una punta de lanza que trata de burlarnos la
identidad, de hacernos sentir inseguros, de entregarnos al enemigo. Una meta
del teatro en la actualidad podría ser resucitar la tradición teatral,
demostrar que tenemos una cultura antigua.
Para
Emilio Carballido, uno de los ámbitos más olvidados de las artes escénicas es
el teatro infantil, que recibe escaso apoyos gubernamentales y que debiera ser
una prioridad en las políticas culturales para fomentar en los niños la
fantasía:
Durante la infancia el ser humano necesita encontrar
modelos hermosos: por medio del cine, teatro, programas de televisión, se
debería ofrecer moldes para que el niño creé sus propios juguetes fantásticos;
pero si por el contrario, como ha sucedido, se le da un bote de basura, el niño
creará basura, por ello se le deben dar estímulos bellos, formas fantásticas
que le ofrezcan un desarrollo vigoroso, sano, lleno de ramos de flores y con
posibilidades para que estas flores surjan del inconsciente.
Algunas
de las obras de teatro infantil que ha escrito son El manto terrestre, Las
lámparas del cielo y la tierra, Dar es a todo dar y Apolonio y Bodoconio, pieza
para títeres con la que realizó en los años 80 una gira por Europa.
Asimismo,
ha publicado relatos infantiles tales como El gallo mecánico, sobre un gallo
que vive en un taller mecánico; Los zapatos de fierro, historia que le contó su
abuela y trata sobre una mujer condenada a usar zapatos metálicos y su
recorrido por el mundo en busca del marido; y la entrañable relación que
sostienen un niño pequeño y un caimán en La historia de Sputnik y David.
Realizó
también la antología Jardín con animales, donde reúne obras de teatro infantil
escritas por dramaturgos mexicanos.
Otro
de los géneros en que Carballido ha incursionado con maestría es el relato. Las
influencias que reconoce en su incursión a éste género son Maupassant, Chéjov,
Pirandello y Katherin Mansfield.
De
entre sus narraciones más destacadas está La veleta oxidada ( sobre una mujer
que desea ser escritora), El norte (sobre una mujer guapa y prematuramente
viuda que busca el amor) y Un error de estilo, (que narra la aventura de un
oficial del ejército que escapa de su fusilamiento y se esconde en casa de una
mujer que vive con su criada), Egeo (sobre el recorrido por ese mar griego en
un yate solitario que hacen un homosexual, un hombre y una mujer) y el libro
con tres relatos Flor de Abismo.
Emilio
Carballido ha recibido a lo largo de los últimos 25 años, incontables
reconocimientos a su calidad como dramaturgo. Ha sido director de Teatro del
INBA, director de teatro en la UNAM, Premio Nacional de Literatura en 1996, ha
recibido homenajes de todas las instituciones culturales y algunas
universidades como la UNAM, la UAM y la Universidad Veracruzana. En 2002
ingresó a la Academia Mexicana de las Artes.
En
diciembre del 2002, Carballido sufrió una trombosis cerebral que lo mantuvo en
estado crítico en el hospital ABC por más de un mes. A raíz de ese ataque, ha
sufrido trastornos del sueño y de movimiento motriz en sus extremidades, cosa que
no ha impedido que continúe con su labor de creación literaria.
“La
mejor obra que he escrito es siempre la más reciente”, afirma Carballido, quien
a sus 80 años disfruta la vida del mismo modo que lo ha hecho desde que
encontró su vocación de escritor: “Mira, la vida es para mí una ilusión, un
frenesí, un sueño... Y los sueños, sueños son, como decía Pedro Calderón de la
Barca y dice un servidor".
Entrevista al autor en la
Universidad Autónoma de Nuevo León
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